MULTIFORMIDADES
Es lugar común que las grandes obras siempre pasan desapercibidas para sus contemporáneos. Siglos más tarde aparece un listo en cuyas manos ha caído una grabación váyase usted a saber en qué formato; el listo publica un artículo y ya tenemos a toda la turba embriagada adorando al nuevo Dios, alguien que probablemente murió quemado en la hoguera.
Luego están las obras que hacen mucho ruido; todos las aman en el momento en que son publicadas. Después, ya sabéis, la segunda parte del conocido refrán.
El disco Era Vulgaris de Queens of the Stone Age no es ni una cosa ni la otra. Es absurdo negar que se trata de un disco conocido y que, por lo menos en los Estados Unidos, es amado por sus contemporáneos. Yo aventuro que no será una de esas obras que un listo cualquiera, en el año 2333, redescubra para ensalzarla al altar de los canónicos de la música rock (suponiendo que esta cultura y esta forma de vida que da razón al presente blog sea algo perdurable en el tiempo). Creo que, tal como está hecho, ese disco tiene muy otras cualidades.
Porque existe otro tipo de obras, más inclasificables, más sujetas a posibles interpretaciones, más prestas a suscitar nuevas inquietudes en algunas mentes. Ni mejores ni peores, esas obras destacan por su multiformidad: como el Era Vulgaris, despliegan una variedad de sonidos, frecuencias y tonos cuyas dispersión y desorden pueden hacer pensar a primera vista en una falta de identidad (o una pérdida de identidad, como diría un nostálgico de los 'buenos tiempos' de QOTSA). Empieza el disco con una verdadera rareza: el asincopado Turnin' on the Screw, título de claros ecos literarios, que evoca The Turn of the Screw, el complejo cuento de fantasmas de Henry James. Y no es casualidad, según creo, que el intrincado relato de James quede al fondo como una inspiración de este tema, del que yo he llegado a oír, de boca de un reputado músico, que parece que esté mal tocado a propósito. Las voces, ciertamente fantasmales pero que recuerdan a los mejores Foo Fighters y en general a una esencia stoner-grunge, se combinan con ritmaciones mecánicas rotas, redobles de batería troceados, riffs que suenan a batidora estropeada, como la asombrosa parte central, especie de remembranza de Ministry o turbio homenaje al rock industrial.
Sigue el disco con Sick, Sick, Sick, en la línea de la parte central del anterior tema: aquí el efecto sinfónico (más bien, asinfónico, prácticamente rozando la cacofonía) del estribillo, que va creciendo en cada nueva fracción, se combina con la simpleza del ritmo de base, que no progresa sino que se mantiene idéntico en frecuencia e intensidad, forman un tema lineal, un poco fantasmal también, de resonancias psiquiátricas (ver el vídeo, la representación de una mujer asquerosamente gulosa que se restriega ufanamente por encima de bandejas colmadas de alimentos).
El tercer tema agrega al disco algo de la despreocupación estilo Pixies que no hemos visto hasta el momento: coros melódicos, tirando (está mal decirlo) a adolescent, se combinan de nuevo con ritmos asincopados de guitarra sobre una base estática de batería. Este tema empieza a convencer al auditor que está escuchando un tema muy influido por la mecanización de la música.
El cuarto tema, Into the Hollow, es una magnífica recuperación de algunas de las mejores canciones de Songs for the Deaf. La voz cálida de Mark Lanegan vuelve a asomar por los rincones de los discos de QOTSA, testimoniando, por lo que parece, una feliz y duradera etapa de colaboraciones. El ritmo estrófico, según me parece a mí, es propio de los primeros pasos de esta banda: rock stoner disminuido en intensidad de distorsión, cercano a algunos temas de Brant Bjork. El estribillo marca una pujanza de voces en coro, que busca el efecto de la emoción engrandecida, pero siempre atenuada (como no podía ser de otro modo viniendo de esta gente) por una conciencia muy aguda del artificio: los sonidos se diluyen unos en otros y la emoción causada pasa a convertirse en una atención, a través de la cual uno busca explicarse el artefacto musical más que emocionarse. Muy posmoderno.
Quinto tema, una joya: personalmente, creo que de los mejores, aunque muy sencillo de explicar: otra vez el martilleo de los ritmos básicos combinado con un guirigay asincopado de riffs de guitarra; la voz, completamente extemporánea, surge y se desvanece a destiempo, combinando un falsete que casi queda fuera de tono (es el efecto buscado) con una presencia muy marcada de la voz, muy reconocible, típica de Josh Homme. El final, increíble: una frecuencia, ritmación y voces hacen desaparecer las distorsiones y de repente, tras el lento progreso de la repetición, nos hallamos en una verdadera corriente de aire puro que eleva el tema, con el recurso a notaciones pop, al nivel de uno de los mejores temas de la banda.
El sexto tema, junto con el séptimo, quizá sean los más flojos. Sumad una especie de parodia del thrash metal que finalmente es un tema ambiguo a una especie de parodia del pop más comercial y obtendréis el resultado formal que os espera en la parte central del disco. Eso no quita, por supuesto, que a alguien puedan parecerle grandes temas.
Tema nº 8: 3's & 7's, inigualable muestra de que esta banda es, como se decía antes, 'fiel a sus principios'. Un tema alegre, en la onda del primer disco, que aunque sea despreocupado y bailable no olvida poner de relieve el sonido más auténticamente queenstonagiano.
Dos rarezas juntas: el penúltimo y último temas. Pero antes está Suture up your future, una pequeña joyita del rock soñador y desvanecido al estilo de los noventa. Poca distorsión, mucho coro en quintas y en terceras, para crear un viajecito (no es excesivamente soñador) hacia el espléndido final, una descarga rabiosa de redobles y distorsión enfurecida que se difumina, dando paso al complejo final del disco, los dos últimos temas.
El penúltimo lo canta de nuevo Mark Lanegan. Es un tema raro, que no está hecho para gustar ni siquiera a los fans (eso les honra). El toque de emoción, que siempre acompaña a Lanegan en sus entonaciones rotas y sus coros, se combina aquí con una carga casi saturada de sonidos; el tema acumula guitarras en un agudo punzante con graves que suenan a rotura de cuerda de cello. El fading del final debería dar cuenta de que, como marca el ritmo de la batería, el tema es, en realidad, infinito.
Run, Pig, Run, pese a su violento título (que recuerda alguna película de Clint Eastwood en el San Francisco de los años 70), completa el disco de forma pesada. Nunca el vocablo heavy había tenido tanto sentido fuera de los estilos que provienen del que lleva ese nombre. Este tema es una especie de perverso vals para bailar en redondo, solo en la habitación: ritmación brusca, apesadumbrada, y sin embargo furiosa, ruidosa. El espléndido trabajo del batería (hay que reconocerle a ese hombre que es muy difícil hacer sonar un instrumento como si estuviera mal tocado a propósito) en la estrofa, una batería sencilla y contundente, hace avanzar el tema como cojeando hacia un final tortuoso, que muere como un condenado a garrote vil, con esa vuelta de tuerca (Turn of the Screw) constante que parece ser la tónica de este disco raro, apreciado sólo en algunos ámbitos, que aventuro que en el futuro nunca se convertirá en idolátrico, pero cuya multiformidad dará mucho que hablar, en secreto y en público.
Xavi López
Es lugar común que las grandes obras siempre pasan desapercibidas para sus contemporáneos. Siglos más tarde aparece un listo en cuyas manos ha caído una grabación váyase usted a saber en qué formato; el listo publica un artículo y ya tenemos a toda la turba embriagada adorando al nuevo Dios, alguien que probablemente murió quemado en la hoguera.
Luego están las obras que hacen mucho ruido; todos las aman en el momento en que son publicadas. Después, ya sabéis, la segunda parte del conocido refrán.
El disco Era Vulgaris de Queens of the Stone Age no es ni una cosa ni la otra. Es absurdo negar que se trata de un disco conocido y que, por lo menos en los Estados Unidos, es amado por sus contemporáneos. Yo aventuro que no será una de esas obras que un listo cualquiera, en el año 2333, redescubra para ensalzarla al altar de los canónicos de la música rock (suponiendo que esta cultura y esta forma de vida que da razón al presente blog sea algo perdurable en el tiempo). Creo que, tal como está hecho, ese disco tiene muy otras cualidades.
Porque existe otro tipo de obras, más inclasificables, más sujetas a posibles interpretaciones, más prestas a suscitar nuevas inquietudes en algunas mentes. Ni mejores ni peores, esas obras destacan por su multiformidad: como el Era Vulgaris, despliegan una variedad de sonidos, frecuencias y tonos cuyas dispersión y desorden pueden hacer pensar a primera vista en una falta de identidad (o una pérdida de identidad, como diría un nostálgico de los 'buenos tiempos' de QOTSA). Empieza el disco con una verdadera rareza: el asincopado Turnin' on the Screw, título de claros ecos literarios, que evoca The Turn of the Screw, el complejo cuento de fantasmas de Henry James. Y no es casualidad, según creo, que el intrincado relato de James quede al fondo como una inspiración de este tema, del que yo he llegado a oír, de boca de un reputado músico, que parece que esté mal tocado a propósito. Las voces, ciertamente fantasmales pero que recuerdan a los mejores Foo Fighters y en general a una esencia stoner-grunge, se combinan con ritmaciones mecánicas rotas, redobles de batería troceados, riffs que suenan a batidora estropeada, como la asombrosa parte central, especie de remembranza de Ministry o turbio homenaje al rock industrial.
Sigue el disco con Sick, Sick, Sick, en la línea de la parte central del anterior tema: aquí el efecto sinfónico (más bien, asinfónico, prácticamente rozando la cacofonía) del estribillo, que va creciendo en cada nueva fracción, se combina con la simpleza del ritmo de base, que no progresa sino que se mantiene idéntico en frecuencia e intensidad, forman un tema lineal, un poco fantasmal también, de resonancias psiquiátricas (ver el vídeo, la representación de una mujer asquerosamente gulosa que se restriega ufanamente por encima de bandejas colmadas de alimentos).
El tercer tema agrega al disco algo de la despreocupación estilo Pixies que no hemos visto hasta el momento: coros melódicos, tirando (está mal decirlo) a adolescent, se combinan de nuevo con ritmos asincopados de guitarra sobre una base estática de batería. Este tema empieza a convencer al auditor que está escuchando un tema muy influido por la mecanización de la música.
El cuarto tema, Into the Hollow, es una magnífica recuperación de algunas de las mejores canciones de Songs for the Deaf. La voz cálida de Mark Lanegan vuelve a asomar por los rincones de los discos de QOTSA, testimoniando, por lo que parece, una feliz y duradera etapa de colaboraciones. El ritmo estrófico, según me parece a mí, es propio de los primeros pasos de esta banda: rock stoner disminuido en intensidad de distorsión, cercano a algunos temas de Brant Bjork. El estribillo marca una pujanza de voces en coro, que busca el efecto de la emoción engrandecida, pero siempre atenuada (como no podía ser de otro modo viniendo de esta gente) por una conciencia muy aguda del artificio: los sonidos se diluyen unos en otros y la emoción causada pasa a convertirse en una atención, a través de la cual uno busca explicarse el artefacto musical más que emocionarse. Muy posmoderno.
Quinto tema, una joya: personalmente, creo que de los mejores, aunque muy sencillo de explicar: otra vez el martilleo de los ritmos básicos combinado con un guirigay asincopado de riffs de guitarra; la voz, completamente extemporánea, surge y se desvanece a destiempo, combinando un falsete que casi queda fuera de tono (es el efecto buscado) con una presencia muy marcada de la voz, muy reconocible, típica de Josh Homme. El final, increíble: una frecuencia, ritmación y voces hacen desaparecer las distorsiones y de repente, tras el lento progreso de la repetición, nos hallamos en una verdadera corriente de aire puro que eleva el tema, con el recurso a notaciones pop, al nivel de uno de los mejores temas de la banda.
El sexto tema, junto con el séptimo, quizá sean los más flojos. Sumad una especie de parodia del thrash metal que finalmente es un tema ambiguo a una especie de parodia del pop más comercial y obtendréis el resultado formal que os espera en la parte central del disco. Eso no quita, por supuesto, que a alguien puedan parecerle grandes temas.
Tema nº 8: 3's & 7's, inigualable muestra de que esta banda es, como se decía antes, 'fiel a sus principios'. Un tema alegre, en la onda del primer disco, que aunque sea despreocupado y bailable no olvida poner de relieve el sonido más auténticamente queenstonagiano.
Dos rarezas juntas: el penúltimo y último temas. Pero antes está Suture up your future, una pequeña joyita del rock soñador y desvanecido al estilo de los noventa. Poca distorsión, mucho coro en quintas y en terceras, para crear un viajecito (no es excesivamente soñador) hacia el espléndido final, una descarga rabiosa de redobles y distorsión enfurecida que se difumina, dando paso al complejo final del disco, los dos últimos temas.
El penúltimo lo canta de nuevo Mark Lanegan. Es un tema raro, que no está hecho para gustar ni siquiera a los fans (eso les honra). El toque de emoción, que siempre acompaña a Lanegan en sus entonaciones rotas y sus coros, se combina aquí con una carga casi saturada de sonidos; el tema acumula guitarras en un agudo punzante con graves que suenan a rotura de cuerda de cello. El fading del final debería dar cuenta de que, como marca el ritmo de la batería, el tema es, en realidad, infinito.
Run, Pig, Run, pese a su violento título (que recuerda alguna película de Clint Eastwood en el San Francisco de los años 70), completa el disco de forma pesada. Nunca el vocablo heavy había tenido tanto sentido fuera de los estilos que provienen del que lleva ese nombre. Este tema es una especie de perverso vals para bailar en redondo, solo en la habitación: ritmación brusca, apesadumbrada, y sin embargo furiosa, ruidosa. El espléndido trabajo del batería (hay que reconocerle a ese hombre que es muy difícil hacer sonar un instrumento como si estuviera mal tocado a propósito) en la estrofa, una batería sencilla y contundente, hace avanzar el tema como cojeando hacia un final tortuoso, que muere como un condenado a garrote vil, con esa vuelta de tuerca (Turn of the Screw) constante que parece ser la tónica de este disco raro, apreciado sólo en algunos ámbitos, que aventuro que en el futuro nunca se convertirá en idolátrico, pero cuya multiformidad dará mucho que hablar, en secreto y en público.
Xavi López
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